domingo, 25 de agosto de 2013

EL REY, EL EREMITA Y EL CIRUJANO.

POPULAR ÁRABE.

En la antigüedad, un rey de Tartaria pescaba acompañado de algunos de sus nobles, cuando en el camino se cruzaron con un monje errante, quien proclamaba en voz alta:



— A aquél que me dé cien monedas, le corresponderé con un consejo que le será de gran utilidad.



 

   
El rey se detuvo y dijo:
  
— Buen hombre, ¿cuál es el buen consejo que me darás a cambio de cien monedas?
   
— Señor –respondió el eremita-, ordenad que antes me sean dados las cien monedas, e inmediatamente os aconsejare.
   
Hízolo el rey, esperando de él algo verdaderamente extraordinario. Pero el eremita se limitó a decirle:
   
— Mi consejo es: nunca comiences nada sin haber pensado cuál será el fin de lo que hagas.
   
Al escuchar estas palabras, no sólo los nobles, sino cuantos se hallaban presentes rieron de buena gana, diciendo que con razón el monje errante había tenido la precaución de pedir el dinero por adelantado. Pero el rey objetó:
   
— No sois justos al reíros del excelente consejo que este hombre de Dios acaba de darme, nadie ignora, ciertamente, el hecho de que se debe pensar antes de hacer algo, no importa lo que sea. Pero todos cometemos cada día el error de no recordarlo y las consecuencias son funestas. Aprecio en gran manera el consejo del monje.
   
Y, de acuerdo con estas palabras, decidió no solamente tenerlo siempre presente, sino hacerlo escribir con letras de oro en los muros de su palacio, e incluso mandarlo grabar en su plato de plata.
   
No mucho después, un cortesano intrigante y ambicioso concibió la idea de dar muerte al rey, y para ello sobornó al cirujano real con la promesa de nombrarle primer ministro si introducía en el brazo del rey una aguja emponzoñada que le ocasionara la muerte.
   
Llegó el momento en que fue necesario extraerle sangre al rey, para llevar a cabo unos análisis. Como precaución, por si algo de sangre se derramaba, hizo el rey que se colocara, debajo de su brazo, el plato de plata en el que estaba grabado el consejo del ermitaño.
   
El cirujano no pudo evitar leer: “Nunca comiences nada sin haber pensado cuál será el fin de lo que hagas”. Después de leer esto, el cirujano se dio cuenta de que si hacía lo que el palaciego le proponía, y éste ascendía al trono, le faltaría tiempo para mandarlo ejecutar sin nombrarlo primer ministro.
   
Advirtió entonces el rey que el cirujano temblaba y se mostraba perplejo. Y, como era de esperar, le preguntó cuál era la causa. Confesó inmediatamente el cirujano, y el rey salvó su vida.
   
El autor del complot fue apresado y el rey preguntó a los nobles y cortesanos que estuvieron presentes en el momento en que el monje sabio formuló su consejo:

— ¿Todavía os reís del consejo de aquel hombre sabio?

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