viernes, 29 de noviembre de 2013

EL GRANO DE TRIGO.

Anastasio era el grano de trigo más nuevo y pequeño. Estaba allí, encima de Lola y Fermín, en lo alto de toda espiga. Él casi no sabía nada. Sólo sabía que aquello luciente y dorado era el sol. Que Lola se llamaba Lola, que Fermín se llamaba Fermín, que Juana se llamaba Juana, que Pepe se llamaba Pepe y que Esteban, el grano más viejo, se llamaba Esteban.


Esteban le había contado que nació de Sonia, un grano grande de trigo viejísimo que ahora estaba enterrado.
Un día, cuando el sol lucía más que nunca, se sintió amontonado, junto con otras espigas.
- ¡Nos han cortado! –decía Esteban.
Luego cuando ya se sentía a gusto con tantos granos de trigo e iba a proponerle jugar a “tú espigueas, yo espigueo” el grano de trigo que tenía al lado, sintió un ruido muy fuerte y que se precipitaba sobre él una gran piedra. Luego se extrañó de verse tan blanco y tan bonito.
- ¡Qué guapa estás! –le dijo a Juana.
- Tú también, Anastasio –le contestó.
De repente, después de un gran traqueteo, se mezcló con una cosa líquida, como la lluvia. Se parecía mucho y estaba igual de fresca, pero no estaba en gotas.
Luego con una cosa un poco amarga, pero simpática. Luego unas manos la llevaron de un lado para otro, amasándolo.
Luego sintió crecer… crecer. Luego un calor muy grande y luego una vez que decía: Esa barra, bien tostadita.
Luego unos dientecillos que la mordían. Ahora forma parte del cuerpo de Eva.

Ruth Miguel Franco

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