viernes, 29 de noviembre de 2013

LA LÁMPARA DEL MINERO.

Un picador bajaba cada día a las entrañas de la tierra para excavar en la mina de carbón.
   
Una tarde cuando salía a la superficie, a través de una galería tortuosa e incómoda, la lámpara se le cayó y se rompió en mil pedazos. En un primer momento el picador casi se alegró:
 
  
¡Menos mal! No sabía qué hacer ya con esta lámpara. Estaba harto de llevarla siempre conmigo, preocupado por no saber dónde ponerla mientras picaba, fastidiado al tener que pensar constantemente en ella durante el trabajo. Ahora tengo un estorbo menos. ¡Me siento mucho más libre! Y además… Llevo ya haciendo este camino durante años ¡no voy a perderme ahora!
   
Pero el camino pronto lo traicionó. A oscuras era muy distinto. Dio algunos pasos, pero enseguida tropezó contra el encofrado de una pared.
   
Se quejó extrañado: ¿No era aquella la misma galería de siempre? ¿Cómo es que se había equivocado tan pronto? Intentó volver al punto de partida, pero fue a parar a orillas de la charca de desagüe de la mina.
   
No es muy honda –pensó- pero si me caigo dentro, así a oscuras, seguro que me ahogo.
   
Se echó a tierra y empezó a andar a gatas. Se hizo daño y heridas en manos y rodillas. Se echó a llorar al darse cuenta de que en realidad no conseguía más que dar cuatro pasos y se encontraba siempre en el mismo punto de partida.
   
Sintió entonces una nostalgia enorme por su lámpara. Tuvo que esperar, humillado y cariacontecido, a que viniese alguien a buscarlo para ayudarle a salir de la superficie, con una simple lámpara.

Bruno Ferrero

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