viernes, 29 de noviembre de 2013

UN GRANO DE TRIGO.

Cuando el sembrador hubo terminado su obra, el grano de trigo se encontró entre dos terrones de tierra negra y algo húmeda, y se volvió terriblemente triste. Estaba oscuro, había humedad, y la oscuridad y la humedad aumentaban siempre más, porque, al caer de la tarde, la niebla se había disuelto en una lluvia densa, densa.
La situación era desesperante. Y el grano de trigo hizo precisamente así: se puso a buscar en la memoria para recordar los tiempos bellos y no bellos, cosa, como todos saben, que lleva a la desesperación.  “¡Qué tiempos aquellos, cuando el grano de trigo estaba al calor y al abrigo en una espiga erguida y mecida por el viento, en compañía de los hermanitos! ¡Bellos tiempos sí, pero qué rápido han pasado!” Después vino la hoz, con su ruido estridente y devastador a tirar por el suelo las espigas. Después vinieron los segadores con sus rastrillos a cargar sobre la carreta las gavillas. Después, cosa más terrible todavía, los trilladores se habían encarnizado sobre las espigas pisándolas sin piedad.


Y las pequeñas familias de los granos, que habían vivido siempre juntos desde la tierna juventud, habían sido arrojados de sus espigas, y los granos lanzados al aire, cada uno por su cuenta, para no encontrarse jamás.
Pero en el saco de trigo, por lo menos, nos encontrábamos todavía en compañía. Un poco apretados, es verdad, y tal vez se respiraba con fatiga, pero después de todo se podía charlar un poco…
En cambio ahora, ¡había el abandono absoluto, la soledad tétrica, destrucción segura!
El grano de trigo padecía la humedad, y sentía que en breve toda aquella humedad lo habría ensopado completamente…
Pero el día siguiente fue todavía peor, cuando el rastrillo pasó sobre el campo y el grano de trigo se encontró en la oscuridad más densa, con tierra arriba, tierra abajo, tierra por todas partes. El agua lo penetraba todo, no sentía ya ni el mínimo pedazo seco.
“¿Pero para qué fui creado”, gemía “si debo terminar de la manera más miserable? ¿No habría sido mejor para mí no haber conocido la vida, la luz del sol?”
Entonces desde lo profundo de la tierra una voz se deja oír. Le decía:
“Abandónate con confianza. De buena gana, sin miedo. Tú mueres para renacer a una vida más bella”.

“¿Quién eres?” preguntó el pobre grano, mientras un sentimiento de respeto surgía en él. Porque parecía que la Voz hablase a toda la tierra, más bien al universo entero.
“Yo soy Aquel que te ha creado, y que ahora te quiere crear otra vez”.
Entonces el grano de trigo se abandonó a la voluntad de su Creador, y no supo nada más.
Una mañana de primavera, un vástago verde sacó afuera la cabecita de la tierra húmeda. Miró a su alrededor embriagado. Era justo él, el grano de trigo, volviendo a vivir otra vez. En el cielo azul el sol resplandecía y la alondrita cantaba. Había vuelto a vivir… Y no sólo, porque a su alrededor veía un gran número de vástagos en los cuales reconoció a sus hermanitos.
Ahora la tierna plantita se sintió invadir de la alegría de existir, y habría querido levantarse hasta el cielo para acariciarlo con sus hojas.
“Si el grano de trigo no muere…”

J. Joergensen

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