viernes, 6 de diciembre de 2013

LA ELECCIÓN DEL PINTOR.

El famoso Leonardo Da Vinci se había comprometido a pintar el fresco del frontal del refectorio del convento de Santa María de las Gracias en Milán. Un gran mural que representaría la Última Cena de Jesús con sus apóstoles.



Quería hacer de aquel fresco una obra maestra y por ello trabajaba con calma y atención. A pesar de la impaciencia de los frailes del convento, el cuadro avanzaba muy lentamente.

Para el rostro de Jesús, Leonardo había buscado durante meses un modelo que reuniera todos los requisitos necesarios: un rostro que expresara fuerza y dulzura a la vez, espiritualidad y una intensidad luminosa…

Por fin dio con él y prestó a Jesús el rostro de Agnello, un joven abierto, limpio y hermoso, que había encontrado por la calle.





Un año más tarde, Leonardo empezó a dar vueltas por los barrios de mala fama de Milán y por las tabernas y tugurios más corrompidos de la ciudad. Necesitaba un modelo para el rostro de Judas, el apóstol traidor.

Buscaba un rostro que expresase inquietud y desengaño, la caradura de un hombre dispuesto a entregar al mejor de los amigos.

Después de noches y noches entre bribones y truhanes de todo tipo, Leonardo encontró al hombre que necesitaba para plasmar su Judas.
Lo llevó al convento y se dispuso a copiar su retrato. En aquel momento vio en los ojos de aquel hombre el fulgor de una lágrima.
¿Por qué?-, le dijo Leonardo, clavando sus ojos en aquel rostro torvo.
Yo soy Agnello –murmuró el hombre. El mismo que le sirvió de modelo hace un año para el rostro de Cristo.

(Leyenda popular italiana)

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