lunes, 30 de diciembre de 2013

LA MUERTE DE LA PARROQUIA.

Una vez apareció sobre los muros y en el periódico de la ciudad un extraño anuncio fúnebre:
“Con profundo dolor comunicamos la muerte de la parroquia de Santa Eufrosia. Los funerales tendrán lugar el domingo a las 11:00”.
Naturalmente que el domingo había en la iglesia de Santa Eufrosia un gentío inmenso, como nunca se había visto. No había un puesto libre, ni siquiera de pie. Ante el altar mayor se alzaba un catafalco con un ataúd de madera oscura. El párroco pronunció un sermón sencillo:

— Creo que nuestra parroquia no puede ni reanimarse ni resucitar, pero, dado que casi todos estamos aquí, quiero probar una última tentativa. Para ello me gustaría que todos pasarais ante el ataúd, a ver por última vez a la difunta. Desfilad, por favor uno por uno en fila india. Una vez visto el cadáver, podéis salir por la puerta de la sacristía. Después, el que lo desee, podrá entrar de nuevo, por el portón para la Misa.

El párroco abrió el ataúd. Todos preguntaban curiosos:
— ¿Quién estará ahí dentro? ¿Quién será el verdadero muerto?
Comenzó un lento desfile. Uno tras otro iba asomándose al ataúd y miraba dentro, luego salía de la iglesia. Salían silenciosos y confundidos.

Porque todos los que deseaban ver el cadáver de la parroquia de Santa Eufrosia y miraba en el ataúd veían en un espejo colocado al fondo de la caja su propio rostro.

Bruno Ferrero

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