martes, 30 de diciembre de 2014

¿CUANTO VALE TU TIEMPO? ¿CUANTO GANAS POR HORA?


La noche había caído ya; sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzos por no quedarse dormido. El motivo bien valía la pena; estaba esperando a su papá. Los traviesos ojos iban cayendo pesadamente cuando se abrió la puerta.
El niño se incorporó como impulsado por un resorte y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto:
- Papá ¿cuánto ganas por hora?... dijo con ojos muy abiertos.
Su padre entre molesto y cansado, fue tan tajante en su respuesta:
- mira hijo, eso ni siquiera tu madre lo sabe, no me molestes y vete a dormir que ya es tarde.
- Si papá, pero por favor solo dime, a cuánto te pagan una hora de trabajo?, reiteró suplicante el niño. Contrariado, el padre apenas abrió la boca para decir:
- Cien pesos
- Oye papá, Me podrías prestar cincuenta pesos? Preguntó el pequeño.
El padre se enfureció y tomó al pequeño del brazo y en tono brusco le dijo:
- Así que por eso quieres saber cuanto gano ¿no?, vete a dormir y no sigas fastidiando chico aprovechado...
El niño se alejó tímidamente, al meditar lo sucedido el padre comenzó a sentirse culpable. Tal vez necesita algo -pensó- y queriendo descargar su conciencia se asomó al cuarto de su hijo. Con vos suave le preguntó:
- Duermes hijo?
- Dime papá, respondió entre sueños.
- Aquí tienes el dinero que me pediste.
- Gracias papá, -susurró el niño mientras metía su manita debajo de la almohada de donde sacó varias monedas.
-Ya completé!! -gritó jubiloso- "tengo cien pesos"
- Papá ,Me podrías vender una hora de tu tiempo?...

El Cristo de la cara tapada

La mayor parte de las iglesias palentinas no sólo tienen un románico y unos retablos de mucho ver y mucho más de admirar, sino que poseen también unas leyendas, historias o relatos que bien merece la pena conocer y aplaudir tanto como sus capiteles, sus pórticos o sus tablas. Hay casos en que la tradición oral rodea a una imagen rara de grandeza. La mayor de las veces el único que conserva el relato es el gran almacén de la memoria de los más ancianos.
Pero vayamos a lo nuestro. En cierta iglesia de estas tierras hay un Cristo muy singular. Es el Cristo de la Cara Tapada, llamado así por su abundante melena que le cubre totalmente el rostro, debido más bien a la postura inclinada hacia delante de su cabeza. Es un Cristo curioso. Original, si se quiere. La corona de espinas no impide que el pelo abundante cubra su faz, ocultando la expresión del dolor que el artista quiso darle.
 Este Cristo no siempre tuvo el rostro tapado. Era un Nazareno como otro cualquiera, como el que hay en todas nuestras iglesias, con sus espinas, su pelo largo, su rostro tristemente ensangrentado y unos ojos fiel reflejo del sufrimiento. Su única diferencia está en la expresión general de su rostro. Pocas tallas pueden presumir de un arte tan logrado. La mirada parece hablar a quien a él se dirige con unos ojos que se te antojan lanzas certeras a la conciencia.
Así, no es de extrañar que su fama y mérito se extendieran. No se le conocía ningún milagro en concreto hasta que ocurrió el suceso objeto de este relato.
Muchos visitantes pasaban delante de él e hincaban la rodilla, frenados por su mirada penetrante. No se podía soportar mucho tiempo el cruce con sus ojos sin notar los efectos. Finalmente, no se sabe explicar si es la mirada o el rostro en su totalidad lo que más impresiona.
--¿Cuál es lo mejor de esta iglesia, chavales? -preguntó cierto día (el año se pierde en la lejanía) un visitante con semblante extraño y porte soberbio.
Los niños jugaban frente a la iglesia a las canicas. Hicieron un alto en su juego, se incorporaron y miraron sorprendidos al forastero.
--¡Todo, señor! -fue la respuesta del coro infantil.
--Habrá algo que destaque... ¿no? -insistió con mala mueca el extraño.
--Sí -respondió el más pequeño de los chavales- La mirada del Cristo.
--¿Y qué tiene esa mirada?
--Pues... mi abuelo dice que da miedo.
 
             

--¿Miedo de qué y a qué? -el tono de las preguntas molestó a los niños.
--Es que el Cristo mira muy fuerte -respondió el mayor de los chiguitos rompiendo el largo silencio producido por la altivez del forastero.
--No me contéis mentiras, chavales.
--Pues... si no se lo cree entre y verá cómo no lo soporta más de dos minutos.
--¡Bah! ¡eso son historias de beatas!
--¡Y usted, un ateo!
 El soberbio visitante levantó ofendido aún más la frente, dio media vuelta y se introdujo en la iglesia. Los chavales, distraídos de su juego, primero siguieron con las miradas al ser extraño, después se dirigieron también al interior del templo presagiando algo gordo. Tomaron agua bendita con dos dedos e hicieron la señal de la cruz al tiempo que se arrodillaban con rapidez y sin dejar de andar. de reojo observaban al insolente visitante que, con paso recio, avanzaba altivo e irreverente por la nave central del templo. Con sigilo y respeto los chavales le siguieron. Los taconazos del forastero sonaban en el silencio de la iglesia a bofetadas. Cuando llegó frente al Nazareno de escayola y madera situado en uno de los altares laterales, los niños se adelantaron y dijeron con voz temblorosa:
--Este es.
--Ya veo... -contestó el insolente visitante- Pero... ¿dónde está esa mirada y esa cara tan perturbadoras?
Entonces es cuando los chavales levantaron los ojos y se fijaron atentamente, mientras el asombro se apoderaba de ellos.
--¡Milagro! -gritó uno.
--¡Tiene la cara tapada! -repetían retrocediendo.
--Ahora resulta que tenéis miedo -les gritó el forastero con rabia.
El visitante, perdida la compostura, creyó encontrarse ante alguna travesura y gritó más. Nadie pudo asegurar lo que gritó. Para los niños allí no había más que un milagro. El Cristo se había tapado la cara, porque no quería ver algo que le dañaba los ojos. Su pelo cubría totalmente el rostro, quedando sepultada la expresión de moribundo y acusadora de su mirada.
 A las voces de los niños acudió gente. Todos contemplaron el cambio. Todos terminaron rezando ante el prodigio.
 
           

El forastero no se dio por vencido. Encolerizado y sin salir de su asombro ante el fervor de los demás, gritó:
--¡Esto es una comedia!
 Su blasfemia retumbó en el templo. Con ademanes rabiosos se dirigió hacia el Cristo. Trepó sobre un banco y trató de separar las melenas de la cara. Pero éstas formaban un bloque pétreo. Por mucho que se esforzó, nada consiguió.
Las gentes que presenciaban el hecho avanzaron lentamente y ofendidos hacia el forastero. La profanación retumbaba en el cerebro de los presentes. Pero, antes de llegar a él, el prodigio o el milagro rublicó el suceso. Una fuerza extraña proyectó al blasfemo sobre el suelo. Cayó de espaldas como si un puño invisible hubiera descargado la fuerza de dos mulas juntas. Un hilillo de sangre salía de su boca golpeada. Tardó en levantarse. Cuando lo hizo, salió corriendo. El desprecio le siguió junto con las miradas de los allí presentes.
Jamás se volvió a saber más de aquel hombre que había obligado al Cristo a taparse la cara. ¿Por qué ocultaba su rostro el Cristo? El cura sentenció que, con toda seguridad, Jesús no quiso ver de cerca a aquel pecador. ¿Se trataba en realidad de un pecador?
El milagro se extendió hasta que sus ecos se perdieron en la lejanía y en el tiempo. Las gentes del lugar conservaron en sus mentes siempre este relato, al igual que su Cristo esconde su cara y su mirada sobrecogedora a partir de entonces. Con razón se le llamó desde aquel día el Cristo de la Cara Tapada.

El Cristo roto

 Todos los días la Señora Paca llevaba su cubo de basura, que no era otra cosa que un simple caldero remendado, al estercolero de su vecino. Al desocupar la carga, vio entre aquel revoltijo de excrementos y basuras un cristo pequeñito.
--¿Qué es esto? -se preguntó sorprendida.- ¿Quién lo habrá tirado? ¡Qué falta de respeto, Dios mío!
Con enfado la señora Paca lo manoseó bien, lo limpió con su delantal y lo besó como estaba mandado. Se trataba de un cristo del tamaño de un dedo índice. Le faltaban las piernas de rodillas para abajo. Sus brazos estaban en cruz y por los orificios, que presentaba en las palmas de las manos, indicaba que había tenido su cruz de madera.
La señora Paca lo recogió sin mirar su caldero y se dispuso a regresar a su casa.
--¡Mira que tirar esas cosas al abonal! -se repetía con enfado visible.
De pronto, con dudas a flor de ojos, detuvo sus cansinos pasos. En su cerebro hervía una interrogante. Corrigió su dirección y se encaminó muy decidida a la casa de su vecino. Entró sin llamar, como solía hacerlo. Metió todo el ruido que pudo para que notaran su presencia. Voceó el nombre de su vecina. Segundos después aparecía por la puerta de la cuadra la dueña de la casa, una mujeruca negruzca, como la señora Paca, con su pañolón cubriéndole las canas. Su cara siempre era risueña a pesar de sus muchas arrugas.
--¿Qué te trae, Paca?
--¿Has visto esto? ¿Por qué lo habéis tirado? No creo que tú seas capaz de tirarlo al abonal.
--¿Qué dices? -respondió la convecina, acercándose y examinando el cristo roto-. Nunca lo he visto y en esta casa menos.
En ese instante salió el marido de la cuadra. Traía en las manos sendos cubos de leche humeante, recién ordeñada. Enseguida metió baza en la conversación.
--Nunca hemos tenido un cristo tan pequeño.
--Algún renegado lo habrá tirado. ¡Hay cada gentuza!
--Pues les juro -sentenció muy seria la señora Paca- que desde hoy le rezaré todos los días y lo llevaré siempre conmigo. Este cristo ha venido a mis manos y ellas lo cuidarán.
 La fe y la costumbre hicieron un templo como una montaña, en lo más hondo de la señora Paca. no hubo ni un solo día en que no rezara sus siete padrenuestros a la imagen diminuta y rota. Siete padrenuestros que a esta mujer le llenaban más que un buen lechazo o el más suculento bocado.
Pasaron los años. La señora Paca no faltó a su promesa ni en un solo minuto. Cuando, sintió que la otra vida estaba a la vuelta de la esquina y que la señora de la guadaña rondaba su casa, llamó a su hijo, a su único fruto en su vida lánguida, monótona, sin más aliciente que el trabajo de cada día en aquella aldea norteña palentina.
--Poco te puedo dejar, hijo mío. Lo único que te pido de todo corazón es que lleves siempre contigo este cristo. Durante años lo llevé yo encima y siempre me dio buena suerte. Yo lo recogí y tú debes continuar llevándolo.
 
             

El hijo prometió la encomienda, aunque en pensamiento hizo muchos ascos, pues le daba de lado las cuestiones religiosas.
La buena señora Paca murió santamente. Su hijo lloró y cuidó el cristo roto por respeto y deber hacia su madre. Poco después, terminó por tenerlo como una reliquia de la difunta.
Pero el tiempo, dicen que todo lo cura; pero también lo estropea. El joven llegó a tener cosas más importantes en qué pensar y en qué dedicar todas sus devociones. Así, una tarde de juerga con varios amigos, entre tortilla de patata con chorizo y cebolla de la cosecha, entre cánticos y vino sin tasa, terminó durmiendo en muy malas condiciones en el pajar del cantinero. Fue una borrachera de esas que se recuerdan con escozor siempre.
 Al día siguiente, después de muchas horas de sueño, comprobó el joven que todos sus bolsos habían sido vaciados:
--¡Me han dejado limpio! -se lamentaba.
--¡A mí también! -voceó otro joven compañero de francachelas.
--No os preocupéis. Poco teníamos y poco se han llevado - sentenció un tercero- ¡Que nos quiten lo bailado! ¡Y que les aproveche!
Zanjaron la cuestión continuando la fiesta. Cuando los vapores y las alegrías del jolgorio se disiparon, el hijo de la señora Paca comprendió que su promesa quedó estropeada la noche del pajar; su cristo roto había sido robado junto con las cuatro monedas que le quedaban en los bolsillos. Ni se afligió ni se molestó en indagar quién podía haber sido el ladrón.
A la semana siguiente, estos jóvenes iniciaron otra jarana similar. En esta ocasión no terminaron durmiendo en el pajar del cantinero, sino que, a trancas y barracas, se fueron a sus casas. Cuando el joven en cuestión se disponía a entrar en su domicilio dando traspiés, tropezó con algo en la oscuridad. Al principio, ofuscado por las secuelas del vino, pensó que se trataba de una piedra. Palpó el terreno y comprobó que se trataba de un diminuto objeto: ¡era su cristo roto! Ni un golpe dado a traición o un jarro de agua helada le causó tal sobresalto. Espabiló de sopetón la borrachera. Ya sereno, entró en su casa. Examinó el cristo roto y comprobó que habían sido cortadas sus piernas un trozo más, aproximadamente a medio muslo y que en sus brazos faltaban las manos. En pocas palabras, el cristo estaba más roto aún.
Guardó su reliquia en el bolso del pantalón, que era el sitio donde lo hacía siempre y, más calmado, intentó dormir y olvidar el suceso.
Volvió a transcurrir el tiempo. Ahora tenía más cuidado con su cristo, en especial cuando iba de parranda. Pero hay veces que, como dice el refrán castellano, donde menos se espera salta la liebre. Y el joven volvió a perder la imagen rota. Esta vez no sabía precisar si se la robaron, si se le cayó saltando algún arroyo o peleándose con cualquier otro mozo del pueblo. Esta vez, la preocupación tomó dimensiones gigantes en su pecho. Temía alguna nueva sorpresa:
--Bueno, -se decía para sí intentando calmarse- esperemos que aparezca de nuevo.
 
           

 Al día siguiente, este joven se partía una pierna al resbalar tontamente en uno de los tres peldaños en la entrada de su casa. Lo escayolaron en la capital y al regreso, cojeando y con muletas, se encontró con su cristo. Estaba en el mismo peldaño donde resbaló tontamente.
--¡No! ¡No puede ser! -exclamó asustado, recogiendo la imagen que frotó con la mano para que brillara su bronce.
Y de nuevo su asombro creció sin límites al comprobar que de nuevo las piernas habían perdido otro pequeño trozo. Los brazos estaban mutilados hasta los codos.
El joven pensó y pensó. Se retorció los sesos y no encontraba la respuesta que necesitaba.
Y
, como dice el castellano viejo, que no hay dos sin tres, asuntos más acuciantes llevaron a nuestro joven por nuevos derroteros. Poco después tenía olvidado el suceso y su pierna en perfecta condiciones. De nuevo el cristo roto se separó del joven. Esta vez no hubo ni hurto ni pérdida y menos olvido. Hubo algo mejor: boda.
Al joven le llegó su día y se casó como lo hacen la mayoría de los mozos de nuestros pueblos que quieren formar una familia. El día de la boda, al momento de vestirse para la ceremonia...
--Hoy no llevaré el cristo en el bolso -pensó el joven eufórico por el acontecimiento- ¡Total por un día que no lo lleve!
 Pero, no se sabe si por casualidad o por el diablo que todo lo enreda, no volvió a acordarse de su cristo roto, que quedó arrinconado en el cajón de la alacena en la cocina. Un mes más tarde, cuando regresaba de trabajar, el joven se encontró con su esposa muerta en medio del corral. Junto a ella estaba el cristo roto, que ya carecía de brazos y de piernas totalmente. Ni los gritos, ni las promesas, ni los llantos desgarradores pusieron remedio a la desgracia.
Nuestro joven, que dejó de serlo pronto y antes de tiempo, terminó sus días en un manicomio. No dejaba que nadie le tocara. Tenía la obsesión que le robaban el cristo, el cual siempre llevaba empuñado con las dos manos. Nunca más se separó de él, incluso, cuando murió tuvieron que enterrarlo con él, pues lo tenía tan fuertemente atenazado que fue imposible quitárselo.

jueves, 25 de diciembre de 2014

LA SERPIENTE QUE NO SABIA SILBAR


Cuentan que una pequeña aldea vivía atemorizada por una serpiente que atacaba a todos los viandantes que pasaban por usus caminos. Los aldeanos, cansados de la serpiente, decidieron acudir al sabio de la aldea para que hablase con la serpiente y les dejase de atacar.
El sabio habló con la serpiente y consiguió convencerla para que dejase pasar a los aldeanos por los caminos sin atacarlos.
Pasado un tiempo, el sabio se encontró nuevamente con la serpiente. Está estaba en muy malas condiciones: tenía un ojo morado y estaba golpeada por todas partes.
“¿Qué te ha pasado”? le preguntó el viejo sabio
“Ay viejo sabio” le respodió la serpiente “mira lo que me han hecho tus aldeanos al dejar de atacarles”
El viejo sabio le respondió, “Yo te dije que no les atacases pero no que no silbases”
Y vosotros,¿silbais?

EL MENDIGO QUE NO QUISO DEJAR DE SERLO.

En una pequeña aldea vivía un mendigo muy conocido por todos sus habitantes, por sus asombrosa capacidad para dar consejos y ayudar a las personas. El mendigo, sólo pedía la voluntad por ofrecer sus sabias palabras a los habitantes del pueblo. Tal llegó a ser su fama que el Rey, sorprendido por lo que le contaban, decidió visitarlo y pedirle consejo.Tras visitarle, el Rey quedó muy satisfecho con los consejos del mendigo y le pidió que le acompañase al palacio para que pudiese ayudarle en las tareas del día a día. El mendigo accedió y se marchó a vivir a un suntuoso palacio. 
Cada día que pasaba, el Rey se mostraba más satisfecho con la ayuda del mendigo hasta que decidió prescindir de todos sus consejeros.
Uno de estos consejeros, resentido por la decisión del Rey, decidió espiar al mendigo para descubrir de donde venía su capacidad para aconsejar tan sabiamente. Para su sopresa descubrió que el mendigo abandonaba el palació al atardecer y volvía a él antes de que amaneciese.
Un buen día decidió seguirle para ver qué hacía durante esas horas que se ausentaba del palacio.Sorprendido vio como el mendigo se dirigía al anochecer a una cabaña que se encontraba a las afueras del palacio. Ahí, el mendigo se despojaba de sus ricos ropajes y se volvía a poner sus antiguos harapos. Luego se acostaba en el suelo sobre un lecho de paja. Por la mañana, el mendigo se volvía a poner sus ricas vestimentas y volvía a palacio.
El consejero se dirigió al mendigo y le preguntó :
“Mendigo, cuál es el motivo por el que te despojas de tus ropas para volver a ponerte tus harapos y duermes sobre el duro suelo pudiendo dormir sobre un lecho cómodo en el palacio”.
“Muy sencillo”, le contestó el mendigo. “Para no olvidarme nunca del lugar de donde vengo”.

viernes, 19 de diciembre de 2014

EL CALIFA QUE APOSTÓ SU CONFIANZA.


FotoSketcher - califa
Cuentan que hace muchos años vivía un califa avaro y cruel que sentía verdadera pasión por las apuestas. Se decía que sólo apostaba cuando tenía la certeza absoluta que iba a ganar. Y para ello imponía las condiciones de la apuesta para asegurarse que siempre la victoria.

Una mañana, al salir a uno de los patios, vió una enorme pila de ladrillos. Al instante gritó: “¿Quien quiere apostar conmigo?”. Niguna de las personas que estaban en el patio respondió dado que conocían sus temibles condiciones a la hora de apostar.

El califa enfadado por el silencio de las personas ante su ofrecimiento, volvió a decir: ” Apuesto a que nadie es capaz de transportar esta pila de ladrillos con sus manos de un lado al otro del patio antes de que el sol se ponga”.

Un joven albañil que se encontraba ahí, le preguntó :”¿Cuál sería la apuesta?”

“Diez tinajas de oro si lo consigues”, le respondió el califa.

“¿ Y si no lo consigo?”, le preguntó el joven albañil.

“Entonces te cortaré la cabeza”, le contestó el califa.

El joven albañil, tras dudar unos minutos, le contestó: “Acepto la apuesta con una condición:podrás detener el juego en cualquier momento y, si lo haces, sólo me darás una tinaja de oro”.

El califa, sorprendido por la condición impuesta por el joven y tras meditarlo para tratar de encontrar donde estaba la trampa, aceptó la condición solicitada por el joven albañil. Y la apuesta empezó.

El joven empezó a transportar los ladrillos con sus manos y tras una hora de trabajo, sólo había transportado una pequeñísima parte de los ladrillos.Y sin embargo, sonreía.

“¿Por qué sonries?”, le preguntó el califa. “Está claro que vas a perder la apuesta. Nunca lo conseguirás”.

” Te equivocas”, le contestó el joven albañil.“Estoy seguro de que voy a ganar”

“¿Cómo es eso posible?”, le preguntó el califa sorprendido.

“Porque te has olvidado de algo muy sencillo y por eso sonrio”, contestó el joven albañil y siguió transportando los ladrillos.

Ante esa respuesta, el califa empezó a inquietarse. ¿se habría olvidado de algo? la condición parecía sencilla y era imposible poder transportar los ladrillos en el día. Harían falta varios hombres más.

Al cabo de varias horas, el califa le volvió a preguntar al joven albañil si seguía convencido de ganar. La respuesta fue la misma acompañado de una gran sonrisa.

El califa se sentía cada vez más agitado. ¿Cómo era posible que fuese a ganar?. Empezó a sudar ante la posibilidad  de perder la apuesta y 10 tinajas de oro. Consultó con varios matemáticos, astrólogos y todos le dieron la misma respuesta: es imposible que un sólo hombre pueda cumplir la apuesta.

A medida que iba pasando el día, el califa se sentía cada vez más turbado, pese a que la pila de ladrillos estaba casi entera. Estaba claro que no iba a ganar la apuesta, entonces ¿por qué sonreía?.

” ¿Por qué sonries?“, le preguntó nuevamente el califa cuando quedaba ya unas pocas horas para que se escondiese el sol.

El joven albañil, pese al cansancio, le respondió: “Sonrio porque voy a ganar un tesoro”

“Eso es imposible”, le dijo el califa. “El sol está en la segunda mitad del cielo y la pila de ladrillos es muy alta todavía”.

“Has olvidado algo muy sencillo”, le contestó nuevamente el joven albañil.

“¿Qué me he olvidado?, le preguntó el califa consumido por la posibilidad de perder.

“¿Quieres detener el juego, entonces?”, le contestó el joven. “Eso significará que habré ganado la apuesta y habrás perdido una tinaja de oro”.

“¡Sí, si!, ¡díme qué me he olvidado!. ¿Es algo sencillo?”, le preguntó el califa.

“No has prestado la suficiente atención a la condición que puse”, le dijo el albañil.

“Pero si no he hecho otra cosa que pensar en ello”,protestó el califa.

“Sí, pero sin comprender que para mí una tinaja de oro es un inestimable tesoro. Desde el principio sabía que no podía ganar la apuesta pero yo sólo quería una tinaja. Y tu te jugabas 1o tinajas “, le dijo el joven.

“Te has olvidado de lo más sencillo”, prosiguió el joven. “Te has olvidado de que podías perder la confianza en ti mismo”.


LA LUCIÉRNAGA QUE QUERÍA BRILLAR.

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Cuentan que en una selva una serpiente perseguía a una luciérnaga que volaba todo lo rápido que podía tratando de escapar de ésta.
Tras un rato de persecución, la luciernága, agotada, se paró y le dijo a la serpiente:
“Serpiente, ¿puedo hacerte algunas preguntas?”
La serpiente le respondió: “Vale, total como voy a comerte, te concedo ese privilegio”.
“¿Formo parte de tu cadena alimenticia?”, le preguntó la luciérnaga.
La serpiente se queda unos segundos pensando y le respondió: “No”.
“¿He dicho ó he hecho algo que haya podido ofenderte?”, le preguntó nuevamente la luciérnaga.
“No”, le contestó la serpiente.
Y entonces, ¿ por qué  me persigues y quieres comerme?, le preguntó la luciérnaga desconcertada.
“¡Porque no soporto verte brillar!”, le contestó la serpiente.
“No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra”  Gandhi

EL VALOR DE UNA MUJER.


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Cuentan que dos marineros que iban navegando por los mares del sur, desembarcaron en una preciosa isla para descansar.
Los habitantes de la isla les recibieron con gran entusiasmo y durante varios días les agasajaron con fiestas.
Uno de los días, los marineros decidieron dar un paseo por la isla y se encontraron con una muchacha que estaba lavando ropa en el río.
Uno de los marineros se acercó a ella y le preguntó: “¿Cómo te llamas?”
La muchacha no respondió. El marinero pensando que no le había escuchado le volvíó a preguntar: “¿Cuál es tu nombre?”.
La muchacha se giró y le dijo: “Lo siento no puedo hablar contigo sin estar casada antes”.
” Entonces me casaré contigo”, le respondió el marinero.
El otro marinero le dijo: “¡Estás loco!””¡Apenas la conoces!” ” Además hay otras muchachas mucho más bellas que ella”.
“Me casaré con ella”, le respondió el amigo “y espero que te quedes para mi boda ya que yo ya no me marcharé”.
“Como tu quieras amigo”, le respondió el marinero.
Y así se dirigieron a hablar con el padre de la muchacha para pedirla en matrimonio.
“Señor”, le dijo el marinero “deseo casarme con su hija”
El padre se mostró encantado y le dijo: “forastero si te quieres casar con una de mis hijas tendrás que pagarme una dote de 9 vacas”. “¿con cuál de mis hijas deseas casarte?”
“Quiero casarme con la muchacha que lavaba ropa en el río”, le respondió el marinero.
Sorprendido ante la elección del marinero ya que sus otras hijas eran mucho más hermosas, le dijo ” en ese caso sólo tendrás que darme 3 vacas “.
El marinero le replicó, “Te pagaré las 9 vacas”.
Y así fue. El marinero se casó con la muchacha que lavaba ropa en el río y su amigo se quedó a presenciar la boda para posteriormente zarpar de nuevo.
Pasado un tiempo el marinero volvío por la isla y decidió ir a vistar a su amigo, Sentía curiosidad por saber cómo le iban las cosas y si seguía casado.
Al llegar a la isla, vió a un grupo de hombres y mujeres que iban cantando y bailando. En el centro iba una muer hermosísima con el cabello adornado con unas flores.
Se detuvo para contemplar la imagen y ver la belleza de la mujer.
Al cabo de un rato encontró a su amigo.
Se saludaron con gran entusiasmo y el marinero le preguntó si seguía casado.
“¡Por supuesto!”,  le dijo él. ” De hecho te habrás cruzado con ella de camino”.
El marinero no recordaba haberse cruzado con ella.
“Si”, le dijo el amigo. “Hoy es su cumpleaños y están celebrándolo”
¡Era la mujer que iba en el centro bailando!.
“¿Cómo es posible?”, le dijo el marinero. “Esa mujer no se parece en nada a la muchacha que yo conocí”.
“Muy sencillo”, le contestó el amigo. “Me dijeron que valía 3 vacas y yo la traté como si valiese 9 vacas”
Trata a un hombre como lo que es y seguirá siendo como es; trátalo como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser. Goethe

TODOS TENEMOS GRIETAS.

cuerda rompiéndose
Un maestro acogió a un joven aprendíz bajo su tutela para transmitirle todo su conocimiento.
Una de las tareas que tenía que hace el joven aprendiz era traer dos vasijas de agua desde la fuente hasta la casa donde se impartían las lecciones.
Sin embargo, una de las vasijas tenía grietas y cuando llegaba el joven aprendiz con su carga, una de las vasijas estaba medio vacia.
Así fue haciéndolo durante más de un año pese a que sabía que no cumplia con las indicaciones de su maestro ya que no llegaba con la carga completa.
Un día, el joven aprendiz avergonzado de no poder cumplir la petición de su maestro, le dijo:
“Maestro”, “lamento mucho no poder cumplir con tu encargo de traer las dos vasijas de agua”. “Una de las vasijas tiene grietas y va perdiendo agua de camino de la fuente hasta la casa”
El maestro le respondió, “muchacho no te lamentes por ello “. ” Gracias a las grietas de tu vasija tenemos todos los días flores frescas que nos alegran la vista y nos endulzan con su olor”.
El muchacho sorprendido, le preguntó “¿Y como es eso posible?”
“Hace tiempo me dí cuenta que una de las vasijas tenía grietas así que decidí plantar semillas a lo largo del camino que recorres todos los días. Gracias a eso las semillas han florecido y puedo recoger maravillosas flores a diario”.
El muchacho en ese momento reconoció la gran lección que le estaba enseñando su maestro:
Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la posibilidad de aprovecharlas para obtener buenos resultados.
La perfección es una pulida colección de errores. Mario Benedetti.

EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO.

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Hace mucho tiempo, un joven discípulo acudió a su maestro en busca de ayuda.
Su gran preocupación era que sentía que no valía para nada y que no hacía nada bien.Quería que los demás le valorasen más.
El maestro sin mirarlo, le replico: “Me encantaría poder ayudarte pero en estos momentos estoy ocupado con mis propios quehaceres. Quizás si me ayudades a solucionarlos podría acabarlos antes y ayudarte”.
El díscipulo aceptó a regañadientes ya que de nuevo sintió que sus preocupaciones eran poco valoradas.
El maestro le entregó un anillo que llevaba en el dedo y le dijo: “Coge un caballo y cabalaga hasta el mercado más cercano. Necesito que vendas este anillo para pagar una deuda.Y lo más importante es que trates de conseguir la mayor suma posible pero no aceptes menos de una moneda de oro por él”.
Y así el discípulo cabalgó hasta el mercado más cercano para vender el anillo.
Empezó a ofrecer el anillo a diferentes mercaderes que mostraban interés en él hasta que les decía el precio: una moneda de oro.
La mayor parte de los mercaderes se reían al escuchar la suma, salvo uno de ellos que amablemente le indicó que una moneda de oro era muy valiosa para darla a cambio del anillo.
Frustrado y cansado, el discípulo cablagó de nuevo a casa del maestro sabiendo que no había podido cumplir con el encargo que le había hecho.
“Maestro, no he podido vender tu anillo por una moneda de oro”, le dijo cabizbajo. “Como mucho ofrecian un par de monedas de plata, pero no he podido convencer a nadie sobre el verdadero valor del anillo”.
“Tienes razón en algo”, le contestó el maestro. “Necesitamos conocer el verdadero valor del anillo”. “Coge de nuevo el caballo y ve a visitar al joyero del pueblo. Pregúntale por el verdadero valor del anillo. Y sobre todo no se lo vendas”.
Y así cabalgó de nuevo hasta el joyero del pueblo quien, tras examinar detenidamente el anillo, dictaminó que éste valía ¡58 monedas de oro!.
“¿¿58 monedas de oro??” replicó el joven asombrado.
Y con esa buena noticia cabalgó de nuevo a devolverle el anillo a su maestro.
El maestro, le pidió que se sentase y que escuchase lo que tenía que decirle:
“Tu eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal sólo puede evaluarte un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu valor?”

Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna. Oscar Wilde

EL BAMBÚ JAPONÉS.


bambu
Hace mucho tiempo, dos agricultores iban caminando por un mercado cuando se pararon ante el puesto de un vendedor de semillas, sorprendidos por unas semillas que nunca habían visto.
“Mercader, ¿qué semillas son estas?”, le preguntó uno de ellos.
“Son semillas de bambú. Vienen de Oriente y son unas semillas muy especiales”.
“¿Y por qué habrían sido de ser tan especiales?”, le espetó uno de los agricultores al mercader.
“Si os las lleváis y las plantáis, sabréis por qué. Sólo necesitan agua y abono”.
Así, los agricultores, movidos por la curiosidad, compraron varias semillas de esa extraña planta llamada bambú.
Tras la vuelta a sus tierras, los agricultores plantaron esas semillas y empezaron a regarlas y a abonarlas, tal y como les había dicho el mercader.
Pasado un tiempo, las plantas no germinaban mientras que el resto de los cultivos seguían creciendo y dando frutos.
Uno de los agricultores le dijo al otro: “Aquél viejo mercader nos engañó con las semillas. De estas semillas jamás saldrá nada”. Y decidió dejar de regar y abonarlas.
El otro decidió seguir cultivando las semillas con lo que no pasaba un día sin regarlas ni abonarlas cuando era necesario.
Seguía pasando el tiempo y las semillas no germinaban.
Hasta que un buen día, cuando el agricultor estaba a punto de dejar de cultivarlas, se sorprendió al encontrarse con que el bambú había crecido. Y no sólo eso, sino que las plantas alcanzaron una altura de 30 metros en tan solo 6 semanas.
¿Como era posible que el bambú hubiese tardado 7 años en germinar y en sólo seis semanas hubiese alcanzado tal tamaño?
Muy sencillo: durante esos 7 años de aparante inactividad, el bambú estaba generando un complejo sistemas de raices que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después la planta.
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes….Quizás sólo estés echando raices.

EL TURBANTE.


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Hace mucho tiempo, un hombre rebuscando entre antiguos objetos de su desván, descubrió un pequeño arcón que guardaba una pieza de tela que perteneció a sus antepasados.
Como en su familia era costumbre usar turbante, pensó que qué mejor manera de honrar a sus ancestros que usando esa maravillosa tela para hacerse uno.
Tras varios intentos se dio cuenta que el trozo de tela no era suficiente para hacerse un turbante. Preocupado pensó “O mi cabeza es muy grande o mis antepasados tenían “poca cabeza”.
Dado el poco éxito que tuvo para hacerse el turbante, decidió sacarle partido a la pieza de tela y vender su herencia en la habitual subasta de los sábados del mercado.
Tras empezar la subasta, el hombre se dio cuenta, con creciente malestar, que el subastador iba cada vez más incrementando el precio de la tela, hablando de su belleza y maravillosa tela.
Su desasosiego llegó al límite cuando se dio cuenta que la tela había recibido una de las mayores pujas por parte de un erudito profesor muy conocido por ser una de las personas más intelectuales de la comunidad.
“Seguro que este hombre tendrá una cabeza más grande que la mía”, pensó “con lo que tampoco podrá hacerse un turbante con la tela”.
Preocupado ante la posibilidad de que el profesor le acusase de intentar engañarle con el verdadero valor de la tela, se acercó a él furtivamente y le susurró al oído: “No vale la pena comprar esa tela”. “¡Es demasiado corta para hacerse un turbante!”.
El profesor, sorprendido al escuchar tal afirmación, se giró y le dijo “¿En qué cabeza cabe que quiera hacerme un turbante con esa reliquia?”.
“Voy a enmarcar ese maravilloso tapiz y colocarlo en un lugar destacado de mi morada para tener siempre presente la leyenda que lleva bordada”:

Todo tiene su valor, pero hay que saber reconocerlo

EL VALOR DE LA AMISTAD.


Old door
Un día discutían un grupo de sabios sobre cuál era el hombre más generoso de la aldea. Los debates se prolongaron varios días, y al final quedaron sólo 3 candidatos.
Como los partidarios de las 3 candidatos no se ponían de acuerdo  decidieron crear una prueba eliminatoria para decidir quién era de los 3 el hombre más generoso.
Para ello decidieron enviar a cada uno de los 3 candidatos finalistas un mensaje que contendría el siguiente texto:
Tu amigo Wais se encuentra en un gran apuro. Te ruega que le ayudes con bienes materiales.
Así pues se acordó que el mensajero entregaría el mismo mensaje a cada uno de los 3 finalistas y que volvería con la respuesta que le habían dado los 3 hombres.
El Primer Hombre Generoso, al recibir el mensaje, le dijo al mensajero:
” No me molestes con estas pequeñeces. Coge todo lo que quieras y dáselo a mi amigo Wais”
Y así hizo. El mensajero volvió al grupo de sabios reunidos y transmitió su mensaje. Estos pensaron que no podía haber hombre más generoso, y a la vez altivo.
El mensajero salió hacia la casa del Segundo Hombre Generoso y al llegar a casa de éste, su criado le dijo:
” Mi señor es muy arrogante, no puedo molestarle con estas cosas pero me ha dicho que te lleves todo lo que tiene e incluso una hipoteca sobre sus bienes”.
Y así volvió el mensajero de nuevo al consejo de sabios para transmitir la respuesta al mensaje. Los sabios, al escuchar su respuesta, pensaron que probablemente éste sería el hombre más generoso de todos.
El mensajero partió a la casa del Tercer Hombre Generoso para entregarle el mensaje.
“Empaqueta todas mis cosas y lleva esta nota al prestamista para que liquide todas mis pertenecias. Y cuando hayas acabado vuelve de nuevo para esperar algo que te dará una persona de mi parte”, le dijo el Tercer Hombre Generoso al mensajero.
Cuando el mensajero volvió, una vez acabadas todas las gestiones que el Tercer Hombre Generoso le había encomendado, se encontró en la puerta con una persona que le djo:
“Si tu eres el mensajero de Wais, tengo que entregarte el importe de un esclavo que se acaba de vender en el mercado de esclavos”.
Ese esclavo era el Tercer Hombre Generoso.
El regalo más grande es dar una parte de ti mismo. Ralph Waldo Emerson

LA TAZA DE TÉ.


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Hace mucho tiempo un joven muchacho, deseoso de aprender nuevos conocimientos, acudió al viejo maestro con la esperanza de que lo tomase como discípulo.
El viejo sabio tras escuchar las palabras del muchacho, decidió aceptarlo como alumno y enseñarle todos sus conocimientos.
“Muchacho, ven mañana al despuntar el alba y recibirás tu primera enseñanza”.
Y así lo hizo el muchacho. En cuanto el sol empezó a asomarse por el horizonte, el joven discípulo se presentó en la casa de su maestro.
“Ven muchacho”, le dijo el joven sabio. “Tomemos una taza de té”.
Puso delante del joven una taza  y empezó a servir el té . Sin embargo, en vez de pararse cuando la taza estaba llena, siguió virtiendo el líquido hasta que la tetera quedó completamente vacía.
El muchacho se quedó sorprendido ante la situación que acaba de ver, pero por respeto a su maestro no quiso decirle nada.
“Por hoy ya hemos acabado”, le dijo el maestro. “Ya puedes volver a tu casa. Mañana te espero a la misma hora que canta el gallo”.
Al día siguiente el joven discípulo se presentó en casa de su maestro  con la ilusión de que ese día empezasen las enseñanazas.
Sin embargo el viejo le sentó de nuevo a la mesa y le puso la taza de té delante llenándola hasta que la tetera quedó completamente vacía.
Y así pasó un mes. Un día, el joven alumno reunió fuerzas y se animó a preguntarle al maestro cuándo empezarían las enseñanzas.
“Muchacho”, le dijo el sabio. Hace un mes que empezamos con las lecciones.
“¿Cómo es posible?”, preguntó el joven. “Desde hace un mes lo único que hago es sentarme y ver como se derrama el té de la taza”.
“Al igual que la taza, estás lleno de opiniones y especulaciones. ¿Cómo vas a aprender si no empiezas por vaciar tu taza?”, respondió el viejo sabio.
Aprender a desaprender es el primer paso para alcanzar la excelencia profesional

NO ES FÁCIL LIBRARSE DE CIERTAS CARGAS.


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Hace mucho tiempo, dos jóvenes monjes iniciaron un largo viaje para conocer a un viejo monje cuya sabiduría se decía que era inmensa.
El viaje, era largo y suponía tener que atravesar varias montañas y valles.
Durante el viaje los dos jóvenes monjes hablaron  de lo contentos que estaban por haber tomado la decisión de dedicarse al mundo espiritual y haber liberado el alma de pesadas cargas que le habían acompañado hasta que decidieron ser monjes.
Aquél viaje, no sólo era la búsqueda de su maestro espiritual,  sino la confirmación de que habían dejado atrás el mundo material para consagrarse de lleno a su fe.
Por eso, para los dos jóvenes monjes, el viaje tenía un significado tan especial.
A lo largo del viaje, pasaron la estación de las lluvias con lo que se encontraron el camino lleno de barro y fango.
En uno de los caminos se encontraron a dos hermosas y jóvenes muchahas en un paso especialmente dificultoso. Era realmente dificil poder cruzarlo sin llenarse de barro los ropajes.
Uno de los monjes al ver a las muchachas dubitativas, le dijo: ” Ven, muchacha. Te ayudaré a cruzar”. Y cogiéndola en brazos, la depositó suavemente al otro lado del camino a salvo del barro.
El otro monje, al ver lo que había hecho su amigo, decidió ayudar a la otra muchacha de tal manera que pudiesen seguir su camino.
Aquella noche, los dos monjes decidieron parar a descansar en un templo donde les ofrecieron hospitalidad.
Cuando estaban descansando, uno de ellos se dirigió al otro diciéndole: “¡Nosotros los monjes no debemos acercarnos a las mujeres!. Especialmente si son jóvenes y hermosas. ¿Por qué cogiste a esa muchacha en brazos?”.
“Vaya”, le respondió el otro monje. “Yo dejé a esa muchacha al otro lado del lodazal pero veo que tu todavía la llevas a cuestas”

¿Has revisado ultimamente tu mochila? quizás haya llegado el momento de aligerarla de peso.

EL ÁGUILA QUE NO SABÍA QUIÉN ERA.


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Cuentan que hace mucho tiempo, un águila, sobrevolando un corral de gallinas, se le desprendió un huevo.
Con tan buena fortuna que, al caer, el huevo no se rompió. Pasada un tiempo, un diminuto pico empezó a resquebrajar el huevo desde dentro: primero fué el pico, luego las garras, hasta que al final consiguió sacar todo el cuerpo.
La pequeña cria de águila se crió junto con los polluelos de las gallinas. Sin embargo los otros pollos se mofaban de él por ser diferente, llegando a picotearle con frecuencia.
Un buen día, un águila sobrevoló  el corral y vió cómo hasta los polluelos más pequeños se mofaban de la cria de águila.
Al verlo, el águila se paró y le preguntó al aguilucho:
“¿Por qué te comportas como un pollo si puede saberse?”
El aguilucho le respondió: “soy un pollo”.
“No”, le contestó tajante el águila. “Eres un águila. Y tienes un pico formidable, unas garras poderosas y la capacidad de volar como una de las mejores aves”.
“¡Vuela!”, le ordenó el águila.
“¿Cómo voy a hacerlo si no puedo hacerlo?”, le contestó el aguilucho.
“¡Te digo que vueles!”, le respondió el águila cada vez más enfadada de ver la actitud del aguilucho.
Y así el aguilucho aleteó un poco sin prácticamente poder remontar el vuelo.
“¿Ves?”, le dijo el aguilucho. “No puedo volar”.
Así que el águila cogió a la pequeña cría y lo llevó hasta la cima de una colina. Una vez allí, lo empujó al vacío y el aguilucho desesperado empezó a batir las alas tratando de volar, hasta que empezó a darse cuenta que podía hacerlo y además de forma excepcional.

¿Cuantas veces nos hemos tenido que asomar al abismo para darnos cuenta de lo que somos capaces de hacer?
La confianza no reside en lo que somos, sino en lo que creemos que somos.

lunes, 15 de diciembre de 2014

LA FÁBULA DEL BOLUDO.

Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el boludo del pueblo, un pobre infeliz de poca  inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas.



Diariamente, algunos hombres llamaban al boludo al bar donde se reunían  y  le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño,  pero de 1 peso. Él siempre agarraba la  más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.  Un día,  alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:- Lo sé, no soy tan boludo...vale la mitad,  pero el día que escoja la otra,  el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.
 
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste,  pero se  pueden sacar varias conclusiones:

La primera:
Quien parece boludo, no siempre lo es.
La segunda:¿Cuáles eran los verdaderos boludos de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.
La cuarta: (pero la conclusión más interesante)
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros.  Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.
MORALEJA:

'El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser boludo delante de un boludo que aparenta ser inteligente'

CANTANDO BAJO LA LLUVIA.

Era una mañana agitada, eran las 8:30, cuando un señor de unos 80 años, llegó al hospital para que le sacaran los puntos de su pulgar. El señor dijo que estaba apurado y que tenía una cita a las 9:00 am.
Comprobé sus señales vitales y le pedí que tomara asiento, sabiendo que quizás pasaría más de una hora antes de que alguien pudiera atenderlo. Lo ví mirando su reloj y decidí, que ya que no estaba ocupado con otro paciente, podría examinar su herida. Durante el examen, comprobé que estaba curado, entonces le pedí a uno de los doctores, algunos elementos para quitarle las suturas y curar su herida.
 
Mientras le realizaba las curaciones, le pregunté si tenía una cita con otro médico esa mañana, ya que lo veía tan apurado.
El señor me dijo que no, que necesitaba ir al geríatrico para desayunar con su esposa. Le pregunté sobre la salud de ella.
El me respondió que ella hacía tiempo que estaba allí ya que pacedía de Alzheimer.

Le pregunté si ella se enfadaría si llegaba un poco tarde.

Me respondió que hacia tiempo que ella no sabía quien era él, que hacía cinco años que ella no podía ya reconocerlo.

Me sorprendió, y entonces le pregunté, 'Y usted sigue llendo cada mañana, aun cuando ella no sabe quien es usted?'
El sonrió
y me acarició la mano

'Ella no sabe quien soy,
 
pero yo aún se quien es ella.'

Se me erizó la piel, y tuve que contener las lágrimas mientras él se iba, y pensé,

Ese es el tipo de Amor que quiero en mi Vida.'
El Amor Verdadero no es físico, ni romántico.
El Amor Verdadero es la aceptación de todo lo que es, ha sido, será y no será..
La gente más feliz no necesariamente tiene lo mejor de todo;
ellos sólo hacen todo, lo mejor
que pueden.
 
'La vida no se trata de cómo sobrevivir a una tempestad,
sino cómo bailar bajo la lluvia.