lunes, 27 de enero de 2014

EL CABALLO SALVAJE.

En una aldea al sur de Mongolia vivía Vaski, un niño que quería mucho a los animales. De entre todos ellos prefería a los caballos. Desde pequeño los había observado galopar por la estepa. Eran caballos salvajes que vivían en grupos y nunca se acercaban al hombre. Las personas de aquellas tierras tampoco molestaban a los animales. Lo que más fascinaba a Vaski de los caballos salvajes era su vida libre.
Una mañana, cuando el muchacho salió a coger agua para que su padre pudiera preparar el desayuno, algo llamó su atención. Un caballo solo, separado de su grupo, se había aproximado a la cerca de la casa. Dejó el cubo con cuidado y se fue acercando con sigilo. Cuando el muchacho tocó con sus manos la cerca de madera el caballo huyó al galope.
El niño no contó nada de lo sucedido, pero por la tarde en lugar de buscar a otros chicos de la aldea para jugar, Vaski se quedó sentado sobre la cerca esperando, por si el caballo volvía.
Cuando ya el sol se había ocultado por completo y el cielo comenzaba a oscurecer, vio a lo lejos la silueta del caballo que se acercaba de nuevo. Esta vez el chico entró en casa y llamó a su padre.
- Papá, un caballo ha venido esta mañana y de nuevo vuelve ahora, pero cuando me acerco sale corriendo.
- Es muy raro hijo, son caballos salvajes que han vivido en estas tierras desde antes que lo hicieran los hombres. Huyen del contacto humano, pues desde pequeños aprenden a vivir en libertad.
Padre e hijo se acercaron con sigilo a la cerca y de nuevo, al llegar a ella, el caballo salió huyendo.
- Hijo, ¿te das cuenta de que al galopar cojea un poco de la pata derecha? Ese caballo está herido y se acerca a nosotros  buscando ayuda. Pero su instinto salvaje le hace huir cada vez que nos acercamos.
Esa noche, Vaski se acostó muy preocupado pensando en el caballo. Le gustaría poder ayudarle, pero no sabía cómo.
Por la mañana el niño se levantó temprano. Todos dormían en la casa, y con cuidado de no hacer ruido salió y fue hasta la cerca. La saltó y se quedó sentado fuera. Hacía fresco y se acurrucó esperando al caballo. Todavía las estrellas lucían en un cielo que iba clareando poco a poco.

Cuando el sol comenzaba a iluminar el cielo, el caballo apareció en la llanura. El chico al verlo ni se movió, esperó que el animal fuera aproximándose hasta llegar junto a él. Entonces comenzó a hablarle.
- Caballito no quiero hacerte daño. Ni siquiera quiero domarte. Se que eres un caballo libre. A la vez que le hablaba, el niño le acariciaba.
Se dio cuenta de que el caballo tenía algo clavado en una pezuña. Aquello debía producirle un gran dolor al animal.
- Tranquilo caballito, repetía el niño sin cesar.
El caballo comenzó a confiar en el chico y esta vez no huyó. Permitió que le curase un anciano de la aldea que sabía mucho de caballos y de cómo tratarles. Todos estaban muy asombrados de que un caballo salvaje se acercara a los humanos y se dejara curar.
Cada día el caballo regresaba a la cerca al amanecer y el muchacho le acariciaba y le hablaba para darle confianza. Sólo entonces dejaba que limpiasen su herida y la curasen. Se diría que el muchacho y el caballo se habían hecho amigos. El niño le llamaba Negro, pues el caballo era de un profundo color negro. Cuando el sol salía, brillaba reluciente y en la noche Vaski veía las estrellas reflejadas en su piel.
El padre de Vaski le dijo un día:
- Hijo, veo que te estás encariñando con el caballo. No olvides que es un caballo salvaje y que cuando su pata esté completamente recuperada volverá con su grupo.
El chico sabía que lo que su padre decía era cierto, pero en su corazón deseaba que el caballo no se marchara nunca de su lado.
Un día, el curandero de la aldea dijo que el caballo ya tenía la pezuña completamente recuperada. Vaski se alegró por su amigo, pero a la vez temió que no volviera nunca más junto a él.
A la mañana siguiente, el caballo volvió, pero esta vez no quiso entrar cuando el muchacho le abrió la puerta de la cerca. Parecía que quisiera que el niño fuera con él hacia la llanura. Con su hocico blanquecino empujaba a Vaski y este, acariciando su lomo, decidió acompañarlo hacia donde el caballo quería ir.
Caminaron largo rato alejándose bastante de la aldea, hasta llegar a un arroyuelo. Allí, el muchacho contempló algo que pocas personas en la aldea habían visto antes: una familia de caballos salvajes tranquilamente pastando alrededor del arroyo. Ante la presencia de Vaski, se inquietaron alejándose un poco pero luego, al ver que Negro se acercaba confiado al muchacho, también ellos confiaron y volvieron a acercarse al arroyo.
El chico estaba maravillado de poder estar allí, en medio de una manada de caballos salvajes. Pero no entendía por qué Negro le había llevado hasta allí. Entonces el animal hizo algo inesperado en un caballo salvaje: se sentó junto al muchacho sobre sus patas traseras. Era una invitación a Vaski para que este subiera sobre sus lomos. El chico emocionado subió al caballo y este rápidamente se enderezó, comenzando a caminar primero lentamente, luego trotando y finalmente galopando a través de la llanura.
Vaski se agarraba con fuerza al cuello del caballo para no caerse. Era muy emocionante poder galopar a lomos de Negro, su querido caballo salvaje.
El caballo lo llevó de vuelta al arroyo y se agachó  para que el muchacho pudiera bajar de sus lomos. Vaski se abrazó a su amigo en agradecimiento. Sabía que este regalo del animal era también la despedida. El caballo comenzó a empujarle con su hocico. Era como si le dijera:
- “Ahora debes marcharte, amigo. Este es mi lugar, al que yo pertenezco”.
Vaski se alejó de allí con lágrimas en los ojos. Le dolía separarse de su amigo, pero sabía que eso era lo mejor para un caballo salvaje. Vivir con los suyos, alejado de los hombres. Vivir libre en la estepa.
El chico nunca volvió a ver al caballo y no volvió tampoco al lugar donde su amigo le había llevado aquel día. Ese era un secreto que nunca reveló a nadie. Pero alguna noche de luna, de esas en las que le gustaba sentarse apoyado al otro lado de la cerca, le parecía ver a lo lejos la silueta de un caballo salvaje.
María Jezabel Pastor

No hay comentarios:

Publicar un comentario