viernes, 17 de enero de 2014

EL HORARIO DE TRENES.

Conocí a un hombre que sabía de memoria el horario de todos los trenes. Su mayor placer era todo lo referente al ferrocarril y se pasaba las horas muertas en la estación contemplando la llegada y la salida de los trenes.

Observaba maravillado los vagones cargados, la fuerza de las locomotoras, las ruedas gigantescas, los pasajeros que subían y bajaban, los revisores y el jefe de estación de uniforme.
Conocía cada uno de los trenes. Sabía de dónde venía y hacia dónde iba. A qué hora llegaba a cada una de las estaciones y con qué otros trenes empalmaba en cada uno de los enlaces.
Sabía el número de los trenes, qué días salían, si llevaban literas, coches cama o coche restaurante. Sabía qué trenes llevaban correo o vagón mercancías y cuánto costaba un billete en primera o en segunda, para Frauenfeld, para Olten, para Niederbipp o cualquier otra ciudad por desconocida que te parezca.
No iba al cine, ni al bar, ni salía de paseo; no tenía ni radio, ni televisor; no leía periódicos, ni libros, ni revistas e incluso, si hubiera recibido cartas, ni siquiera las habría leído.
Le faltaba tiempo para todas estas distracciones, porque él se pasaba todo el día en la estación, y sólo cuando cambiaba el horario en junio o en octubre, no se le veía durante algunas semanas. Se quedaba en casa sentado a la mesa y se aprendía el nuevo horario de memoria, de la primera a la última página; se fijaba en los cambios introducidos y se alegraba cuando no había modificaciones.
Sucedió un día que alguien le preguntó la hora de salida de un tren. Entonces se puso radiante y quiso saber con precisión cuál era el destino de su viaje. Y no dejó marchar a su interlocutor hasta que le hubo dicho la hora de llegada, el número del tren, el año de fabricación de la locomotora, el número de vagones que llevaba, los enlaces posibles; le explicó también que con aquel tren se podía llegar hasta París, la estación en que convenía apearse, y todas y cada una de las características de las estaciones del recorrido…
Tanto que el pobre hombre perdió su tren. Si alguien lo dejaba plantado y se marchaba antes de haberle podido soltar toda la retahíla de sus conocimientos, nuestro hombre se ponía furioso, lo insultaba y lo seguía gritando: — ¡Usted no entiende ni gorda de ferrocarriles!
Sin embargo, por extraño que parezca, nuestro hombre nunca había subido a un tren. Era algo —decía- que carecía de sentido. Porque él ya sabía de antemano dónde iba a llegar, a qué hora y cuáles eran las estaciones y características del tren.

Peter Bichsel

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