lunes, 6 de enero de 2014

EL SALUDO.

          Se cuenta de un caballero que teniendo buenas razones, según las leyes del mundo y no del Evangelio, de creerse ultrajado por su enemigo, le juró una guerra despiadada.

          Sediento de venganza, tomó consigo una tropa de guerreros y se dio a la tarea de perseguir al odiado enemigo, y al poco tiempo estuvo a los talones.

 

          El perseguido, viendo que ya no había escape para él, pidió piedad por su alma, y, tirando las armas, se dejó caer en el suelo con los brazos extendidos en forma de cruz: con los ojos cerrados esperando el golpe mortal. Pero el otro, viendo esto y por reverencia a la cruz, se detiene y retiene a sus esbirros; en seguida se inclinó a abrazar al enemigo perdonándole toda injuria.

          Después de tan espléndida victoria, en el cual había quedado vencedor, no tanto de los otros, cuanto de sí mismo, no tanto del enemigo como de su propio corazón, el caballero se detuvo a rezar en una capilla.

          Apenas atravesado el umbral, una imagen de Jesús, tallada en madera sobre la cruz, se inclinó ante el caballero, para devolverle en saludo que horas antes había realizado no ante una imagen de madera, sino ante Jesús en persona.

San Pedro Damián.

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