jueves, 2 de enero de 2014

UN MUCHACHO RARO.

El dueño de una extensa granja necesitaba un chico que se encargara de cuidar sus caballerizas y graneros. Según la tradición, el día de la fiesta del pueblo, se puso a buscar. Encontró un chico de 18 años que vagaba alrededor de las casetas de feria. Era un tipo alto y delgado que no parecía muy fuerte.

— Oye, chaval, ¿cómo te llamas?
— Alfredo, señor.
— Estoy buscando a alguien que quiera trabajar en mi granja. ¿Sabes tú de trabajo de campo?
— Sí, señor. Soy capaz de dormir en una noche de tormenta.
— ¿Qué dices? –preguntó el campesino extrañado.
— Que soy capaz de dormir en una noche de tormenta.
El aldeano sacudió la cabeza con un gesto ambiguo y se marchó.
Por la tarde tropezó de nuevo con Alfredo y le repitió la propuesta. La respuesta de Alfredo fue la misma:
— ¡Soy capaz de dormir en una noche de tormenta!
El aldeano quería un encargado responsable y no un chaval que presumiera de poder dormir en las noches de tormenta.
Intentó seguir buscando, pero no encontró a nadie dispuesto a ir a trabajar a su granja. Así que decidió contratar a Alfredo que le repitió:
— Puede estar tranquilo, jefe: soy capaz de dormir en una noche de tormenta.
— De acuerdo. Veremos lo que eres capaz de hacer.
Alfredo trabajó en la granja durante varias semanas. El amo tenía mucho trabajo y no prestaba mucha atención a lo que hacía el muchacho.
Pero una noche se despertó sobresaltado por la tormenta. El viento rugía entre los árboles, aullaba por los caminos, sacudía las ventanas. El campesino se tiró de la cama. El temporal habría podido abrir de par en par las puertas de establos y caballerizas, espantar las vacas y los caballos, desparramar el heno y la paja, ocasionar toda suerte de desgracias.
Corrió a llamar a la puerta de Alfredo, pero no obtuvo respuesta. Golpeó más fuerte.
— Alfredo, ¡levántate! ¡Échame una mano antes de que el viento lo eche todo a perder!
Pero Alfredo siguió durmiendo.
El campesino no tenía tiempo que perder. Se precipitó escaleras abajo, atravesó corriendo la era y llegó a los cobertizos de la granja.
Y se llevó una grata sorpresa.

Las puertas de las cuadras y los establos estaban firmemente cerradas y las ventanas estaban sujetas. El heno y la paja estaban cubiertos y atados de manera que no los pudiera llevar el viento. Caballos y vacas estaban seguros y los cerdos y las gallinas estaban seguros. Fuera el viento soplaba con furia. Dentro de la granja, los animales estaban tranquilos y todo estaba seguro.
De repente el campesino estalló en una sonora carcajada. Había comprendido lo que quería decir Alfredo cuando aseguraba que era capaz de dormir en una noche de tormenta.
El muchacho hacía bien su trabajo cada jornada. Se preocupaba de que todo estuviera en orden. Cerraba atentamente puertas y ventanas y se cuidaba de los animales. Se preparaba a la tormenta cada día. Por eso no le tenía miedo.
Bruno Ferrero

1 comentario:

  1. Hola. Muy bueno, divertido, una muestra de paz cuando se sabe que haces lo correcto.

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