sábado, 1 de febrero de 2014

EL CABALLITO DE MAR.

Érase un caballito de mar, que se movía lentamente por las templadas aguas marinas. Le gustaba dejarse llevar por las corrientes y de vez en cuando enganchar su cola a las algas. Entonces su cuerpo tomaba el color de las plantas del mar y el caballito se volvía invisible a los ojos de los peces y otros seres marinos.
El caballito tenía un amigo, un alegre pez de colores. Juntos recorrían los corales, entraban en las cuevas del arrecife y atravesaban los bosques de algas.
Aquella mañana el pececito buscó, agitado, al caballito de mar.
- ¡Amigo!, he descubierto un monstruo en el fondo del mar. Es muy grande pero no se mueve. Otros peces grandes se han acercado para verle pero yo soy pequeño y me da miedo.
El caballito de mar tranquilizó al pececillo. Era un caballito de mar viejo y ya había visto muchas cosas a lo largo de su vida, así que no se asustó por lo que el pececillo le contaba.
- Querido amigo yo no puedo avanzar tan rápido como tú. Los caballitos de mar sólo podemos avanzar agitando la aleta que tenemos detrás. Pero si quieres que te acompañe, iré contigo a ver a ese monstruo del que hablas.
Los dos amigos se dirigieron al lugar donde el pececillo había visto al terrible monstruo. Al llegar allí el pececillo gritó:
- Miiira ¿Lo ves allí en el fondo?
- Pero mi querido amigo, aquello no es un monstruo, es un barco hundido.
- ¿Qué es un barco?
- Los barcos son cáscaras gigantes que los hombres utilizan para hacerse a la mar y pescar. -Y ¿qué pescan los hombres?, preguntó el pececillo asustado.
- Pescan peces.
- ¿Queeee ?

El pececillo sí que estaba ahora asustado de verdad. Comenzó a agitar sus aletas y a nadar sin parar haciendo círculos y piruetas.
- Tranquilízate pececillo, los hombres sólo pescan peces grandes, tu eres todavía chiquito como para quedar atrapado en sus redes. Y ahora que sabes que no se trata de un monstruo, si quieres podemos acercarnos a inspeccionar el barco. Puede ser divertido.
Los dos amigos nadaron en dirección al barco. Se trataba de una fragata muy antigua. Entraron por la popa, a través de unas ventanas cuyos cristales habían desaparecido hacía ya mucho tiempo. Recorrieron algunos camarotes y volvieron a salir a la cubierta del barco.

El pececillo estaba encantado jugando a dar vueltas entre la rueda del timón. El palo mayor estaba roto y caído sobre la cubierta encima de pesados cofres cerrados.
- Ven aquí pececillo, esto te gustará. Le dijo el caballito de mar, que había encontrado unos enormes cañones. -Este era un barco de guerra, dijo el caballito.
- ¿Un barco de guerra?
- Si, los hombres han hecho muchas veces guerras en el mar. Este barco fue hundido en una de esas guerras hace muchísimos años.

El pececito estaba emocionado y confuso. No conocía a los hombres, pero le parecía que estos hacían cosas que a él le daban miedo.
Siguieron entrando y saliendo en las distintas estancias del barco. El pececillo sentía gran curiosidad y se divertía con todo. El ancla le pareció un columpio y daba vueltas alrededor de su cadena sin parar.
El caballito de mar estaba ya cansado de tanto juego y dijo a su amigo:
- Pececillo creo que ya debemos irnos, si quieres otro día podemos volver.
Pero el pececillo quiso dar una vuelta más alrededor del barco y el caballito accedió.
Los dos comenzaron a dar la vuelta alrededor del casco del viejo barco. Y entonces sucedió algo terrible. El caballito de mar no se dio cuenta de que entre la pala del timón y el farol de popa había quedado enganchada una red de pescadores. Una red que hacía mucho tiempo habría sido tirada al mar por los hombres.
Al avanzar, el caballito quedó atrapado en la red. El pececillo sin percatarse de ello siguió su marcha alrededor del barco. Al pasar por donde estaban los cañones se dio la vuelta para decirle al caballito:
- Los cañones asustan, ¿verdad?
Entonces vio que el caballito no estaba. Velozmente nadó retrocediendo el camino alrededor del casco del barco. Al voltear la popa lo vio. Vio a su amigo enredado en la red. Sus branquias se agitaban, una aleta estaba rota y el caballo de mar, asustado, parecía perder la vida por momentos.
- Caballito ¿qué te pasa?, sal de ahí, amigo. -No puedo, pececillo. Los hombres, a veces, tiran las redes cuando ya están viejas. Estas redes se convierten en trampas mortales para los seres que vivimos en el mar.
- Dime qué debo hacer para salvarte, caballito. Tú siempre sabes qué se debe hacer. Quiero sacarte de ahí y salvarte de las redes de los hombres. -Pececito, amigo mío, no es fácil salir de aquí. Cuanto más lo intento más me aprisiona la red dañando los anillos de mi cuerpo. Mi aleta se ha roto y no puedo nadar.
- No me iré de aquí sin ti. Entraré en la red y te sacaré. -¡No lo hagas! Si entras en la red los dos quedaremos atrapados. No sacrifiques tu vida inútilmente amigo. Ve y busca la ayuda del pez espada. Suele nadar cerca de una cueva que siempre está custodiada por morenas. Ten cuidado pececillo que las morenas son muy peligrosas, si te ven intentarán comerte.
El pececillo nunca se había aventurado solo por aquellos lugares tan lejos del arrecife. Pero no lo dudó ni un instante, salió nadando velozmente en dirección al lugar donde solía nadar el pez espada. En la puerta de la cueva estaban acechando las morenas. El pececillo, asustado, se escondió entre unas algas y observó a las temibles morenas, deseando que el pez espada apareciese nadando por allí. Sabía que debía encontrarlo rápido pues el caballito no podría resistir mucho atrapado en aquella red. Entonces lo vio, venía nadando con rapidez y al aproximarse a las morenas estas huyeron asustadas.
El pececillo salió de su escondite y cuando el pez espada pasó cerca de él se puso encima de su cabeza. Este le gritó indignado:
- ¿Cómo te atreves pececillo insignificante? baja de ahí y verás cómo te zampo de un solo bocado.
- No, señor pez espada, no me coma usted. Vengo de parte de su amigo el caballito de mar. Está atrapado en la red de los hombres y me envía para que usted pueda ayudarlo.
El pez espada nadó con rapidez hacia donde el pececillo le había indicado. El caballito de mar estaba ya muy débil. Sus ojos se abrieron lentamente al ver a sus amigos. El pez espada se puso enseguida a trabajar. Con su espada iba cortando la red, pero con mucho cuidado para no dañar al caballito y para que la red no lo aprisionase cada vez más.
El pececito quería ser útil y cada vez que el pez  cortaba un trozo de red le decía a su amigo:
- ¡Ánimo caballito, ya queda poco!
Finalmente, el caballito de mar quedó liberado de las garras de esa terrible maraña de cuerdas que lo aprisionaban. Su cuerpo estaba herido y su aleta rota. Pero podría recuperarse y volver a nadar.
El pececito no comprendía por qué los hombres habían hundido barcos en el mar disparando sus cañones. Tampoco comprendía por qué tiraban redes en las que quedaban atrapados muchos seres vivos del mar, como le había sucedido a su amigo.
El pececito pensó que los hombres no harían esas cosas si conocieran bien las maravillas del mar: sus peces de todos los colores, las estrellas de mar, las tortugas, los corales, las plantas marinas… y sobre todo los delicados caballitos de mar.
Todos los días el pececillo visitó a su amigo hasta que éste estuvo completamente recuperado y pudieron de  nuevo salir a nadar y jugar juntos.
María Jezabel Pastor

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