viernes, 7 de febrero de 2014

EL PÁJARO DEL ÁRBOL.


Hace un rato ya que veo a ese pájaro en una de las ramas del eucalipto. Nos mira fijamente como analizándonos. No es culpa nuestra lo que sucede, ese animal nos da miedo. Miro a las palomas que están cerca de mí, miro a mi canario cantando en la jaula y a mi loro en mis manos; ninguno es como él. No veo una señal de mansedumbre, una cualidad de gran cantor; solo ese chillido desafinado que grita. Tampoco aprende a pronunciar palabras ni es muy colorido. Soy un niño de nueve años y tengo que admitir que ese pájaro me da miedo. Ese color marrón que se entremezcla con las ramas del árbol, su pico largo y encorvado y esas enormes garras que tiene parecieran estar esperándome para capturarme  y ser su cena.
No es que tenga un desprecio por los pájaros, me gustan mucho. Siempre caigo en la controversia de que las aves deben volar libremente pero me gustan tanto que poseo un canario y un loro en cautiverio. Hasta mis amigos vienen y se divierten con ellos pero cuando ven a aquél pájaro, guardan silencio y miran para otro lado. Sentía que esa ave veía desde lejos cómo era rechazada y diferenciada de las otras. Tal vez estaba planeando su ataque o peor aún; su venganza contra mi loro, el canario o alguna paloma. Pero pronto yo cambiaría de opinión.
Sucedió ayer a la tarde, luego de jugar con mis amigos durante la mañana la pereza de la tarde hizo que me durmiera debajo del eucalipto. Era una de esas tardes cálidas de verano en donde la sombra de un árbol viene muy bien. No habrá pasado mucho tiempo cuando su grito me despertó. Ahí lo vi venir como flecha hacia mi, dentro mío temí lo peor creí que ese pájaro iba a atacarme. Pero no lo hizo, pasó rozando mi hombro derecho llevándose de el una serpiente entre sus garras. Quedé quieto por unos instantes hasta que reaccioné y me levante rápidamente. Ese pájaro había evitado que yo fuere picado por una serpiente. Allá a lo lejos lo veía devorar a su presa.
Pasó un largo rato hasta que el volvió a posarse sobre las ramas del árbol. Con un poco de miedo extendí mi brazo para ver que hacía. Para sorpresa mía el ave voló hacia mi brazo y se posó en él. Desde ese momento supe que el me estaba protegiendo. Ya no era un pájaro peligroso para mí, sino uno fuerte y protector. Como el canario estaba diseñado para cantar y el loro para decir cosas chistosas, el estaba echo para mantener un equilibrio en nuestra madre naturaleza. Mi error fue catalogarlo por su apariencia exterior, un error que no quiero volver a cometer.
Desde esa tarde, cada vez que venían mis amigos, le mostraba a aquella ave que había salvado mi vida. Desde entonces no he vuelto a mirar despectivamente o con miedo a otro pájaro.

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