viernes, 7 de febrero de 2014

EL PLANETA GRIS.

Olvido, encuentro y me pierdo; tengo una sensación tan extraña. El paisaje no existía, solo una neblina grisácea me envolvía. No sabía a dónde iba, pero el caballo que montaba parecía sí saberlo. ¿Qué pensar cuando no ves a más de medio metro delante de ti? Parecía ver como espejismos en medio de la niebla pero eran nada al fin, ni siquiera podía ver el suelo por donde iba; solo sentir el golpeteo de los cascos del caballo.
Abro mi bolso y empiezo a revolver en su interior buscando algo, que cosa todavía no lo sé. Mi mano encuentra un mapa, otro mapa, una brújula y una lista con indicaciones. ¿Pero de qué me sirve todo esto si no veo nada? Si mi caballo entendiera algo… pero si lo hiciera no estaría ahora llevándome quién sabe a dónde.
En el camino me encuentro con dos hombres montando sus caballos. Desesperado le pregunto en dónde estoy y hacia dónde voy. Uno me contestó que no tenía esperanza de llegar a ninguna parte, el lugar en donde me encontraba era el infinito. Me dio a entender que había caído en un pequeño plañera el cual era todo igual: llano y cubierto de niebla en el cual lo recorría una y otra vez.
Desalentado miré al otro hombre el cual quiso desilusionarme  con sus palabras: “Es imposible salir de aquí. Yo perdí la cuenta del tiempo, del espacio y casi de mi memoria”. Pero yo no podía aceptar aquella realidad. Les refuté sus palabras diciéndoles que de alguna manera hemos llegado a este lugar. La respuesta de aquel hombre desilusionado fue simple y arrasadora: “Mira joven, algunos directamente nacemos en este lugar. Aunque vos no lo veas, alrededor nuestro hay miles de hombres, mujeres, niños y ancianos como nosotros. Ya con el tiempo te irás encontrando con ellos. Y los que no nacieron aquí, no recuerdan cómo llegaron a este lugar”.
Pero yo si lo recuerdo, me dije a mi mismo, no exactamente cómo aparecí aquí, pero recuerdo que estaba trotando en una verde pradera; era un fin de semana largo… Mis pensamientos fueron en voz alta y sin darme cuenta de ello. Al oír esto el hombre sin esperanza alguna me contestó: “Esos recuerdos de nada sirven si no sabes cómo llegaste a este lugar”.
Con bronca y airado  pateé a mi caballo para que trotase más y más rápido hasta que se transformó en una carrera. Corría a toda velocidad queriendo huir de todo esto y pretendiendo llegar lo antes posible a ese lugar que en mi mente recordaba. Pero en un momento dado, de tanto correr mi caballo cayó casi muerto por la fatiga. Así que lo dejé allí medio muerto y empecé a corre con todas mis fuerzas. Vi que llevaba muchas cargas encima de mí y empecé a dejarlas por el camino.
Sólo quedaban mis calzados la ropa en mi cuerpo. Continué corriendo, y se me rompieron los calzados. Con mis pies pisando ese suelo húmedo continué cada vez más y más rápido. Cuando creía ya que iba a caer como el caballo sentía que me elevaba del suelo más y más. Ya mis pies no se movían, eran alas a mis espaldas. Pero yo no las movían, ellas llegaron por si solas y se movían por su cuenta. Y me llevaron lejos, muy lejos por el aire  cubierto de niebla, pero ella comenzó a convertirse en nubes y más nubes. Estas a su vez en nubarrones más grandes y oscuros hasta transformarse en una tormenta feroz. Casi desee volver a donde estaba, pero decidí continuar.
Esas alas me condujeron fuera del alcance de la tormenta hasta un firmamento negro lleno de estrellas y debajo de él nuestra hermosa tierra. Luego de ver esa escena no recuerdo más nada.   Me vi encima de mi caballo recorriendo ese lugar que recordaba, creí que todo había sido una mala jugada de mi mente. Pero al levantar la  vista vi cómo dos alas se iban volando hacia el horizonte hasta perderse.

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