domingo, 2 de marzo de 2014

LA GUERRA DE LAS CAMPANAS.

Gianni Rodari (Extraído de Cuentos por teléfono, Barcelona, Juventud, 1973.)
Érase una vez una guerra, una grande y terrible guerra, que hacía morir a los soldados de uno y otro bando.
Nosotros estábamos en este bando y nuestros enemigos estaban en el otro, y nos disparábamos mutuamente día y noche, pero la guerra era tan larga que llegó un momento en que empezó a escasear el bronce para los cañones y en el que ya no nos quedaba hierro para las bayonetas, etc.
Nuestro comandante, el Extrageneral Bombón Tirón Pisarruidón, ordenó echar abajo todas las campanas de los campanarios y fundirlas todas juntas para hacer un grandísimo cañón: uno solo, pero lo suficientemente grande como para ganar la guerra de un solo disparo.
Para levantar aquel cañón fueron necesarias cien mil grúas; para transportarlo al frente se necesitaron noventa y siete trenes. El Extrageneral se frotaba las manos de contento y decía:
- Cuando dispare mi cañón, los enemigos huirán a la luna.
Llegó el gran momento. El cañonísimo fue apuntado contra los enemigos. Nosotros nos habíamos tapado los oídos con algodón porque el estallido podía rompernos los tímpanos y la trompa de Eustaquio.
El Extrageneral Bombón Tirón Pisarruidón ordenó:
- ¡Fuego!
El artillero pulsó un mando. Y de improviso, desde un extremo hasta el otro del frente, se oyó un gigantesco repique de campanas:
" ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ".
Nosotros nos quitamos el algodón de los oídos para oír mejor.
" ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ", tronaba el grandísimo cañón. Y el eco, con cien mil voces, resonaba por montes y valles: " ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ".
- ¡Fuego! - gritó el Extrageneral por segunda vez - ¡Fuego, córcholis!.
El artillero pulsó el mando nuevamente y otro concierto de campanas se difundió trinchera en trinchera. Parecía como si tocaran a la vez todas las campanas de nuestra patria. El Extrageneral se arrancaba los cabellos de rabia y continuó arrancándoselos hasta que sólo le quedó uno.
Luego hubo un momento de silencio. Y entonces, desde el otro frente, como si fuera una señal, respondió un alegre y ensordecedor " ¡Din! ¡Don! ¡Dan! ".
Porque debéis saber que el comandante de los enemigos, el Muertismariscal Von Bombonen Tironen Pisaruydonsson, también había tenido la idea de fabricar un cañonísimo con las campanas de su país.
" ¡Din! ¡Dan! ", tronaba ahora nuestro cañón.
" ¡Don! ", respondía el de los enemigos.
Y los soldados de los dos ejércitos saltaban de las trincheras y corrían los unos hacia los otros, bailando y gritando:
- ¡Las campanas, las campanas! ¡Es fiesta! ¡Ha estallado la paz!.
El Extramariscal y el Muertiscal subieron a sus coches y se fueron corriendo, y aunque gastaron toda la gasolina, el son de las campanas todavía les perseguía.

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