martes, 21 de abril de 2015

LAS MIGAJAS.

Se sentó un rato sobre el respaldo de la banca y apoyó su bastón en el lado mientras de una bolsa de papel sacaba un puñado de migas de pan añejo para lanzar a las palomas.

Las palomas se agazaparon sobre la cornisa del edificio próximo temerosas frente a tan fausto festín. Se lanzaron en picada sobre las migajas sin percatarse del inminente peligro que se escondía bajo las bancas.

Hordas de gatos hambrientos se abalanzaron con las garras extendidas sobre los indefensos pájaros, quienes al verse sorprendidos no alcanzaron a reaccionar.

Los gatos saciaban su hambre, se relamían garras y bigotes después de tan opípara cena, algunos aún hambrientos alcanzaban a las palomas heridas y salpicaban sangre al resto de los felinos que festejaban y maullaban de felicidad.

Algunos perros que dormían en la plaza levantaron las orejas para oír mejor semejante desastre y corrieron coléricos ante tal espectáculo. Algunos gatos fueron afortunados y escaparon, otros no lo fueron tanto y murieron bajo los mordiscos y dentelladas de los feroces animales.

El anciano tomó su bastón y propinó un certero palo en la cabeza a uno de los perros, este murió desnucado instantaneamente.

El anciano cojió al perro del pellejo del cuello y se lo llevo a la casa.
-Al fin comeré algo que no sea pan añejo -dijo el anciano batiéndose en retirada-.

Moraleja: jamás confíes en las migajas que te lanza la gente, pueden no ser para ayudarte, sino para ayudarse a si mismos
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